Welcome to Europe

Hacía mucho tiempo que no escribía nada en mi blog, ni por aquí… Todos sabéis que no soy un poeta social, aunque me encante ese tipo de poesía, pero de vez en cuando… de vez en cuando.

 

Un niño se vuelve a ahogar en la costa,

viene de Siria en guerra…

Welcome to Europe.

España vuelve a ser gobernada

por la mayor organización criminal del continente…

Welcome to Europe.

Francia celebra e informa el fútbol mientras

hay una guerra por su trabajo en las calles…

Welcome to Europe.

Tenemos como oficial una lengua, el inglés,

de un país que se quiere ir…

Welcome to Europe.

Rusia invade Ucrania,

nosotros callamos, si los mercados callan…

Welcome to Europe.

Se levanta el Cuarto Reich por el norte,

pero tenemos miedo de Venezuela…

Welcome to Europe.

Grecia enciende una mecha y el país tiembla,

el Vesubio le hace sombra…

Bienvenido TTIP, te esperamos con los brazos abiertos,

aquí está nuestra sangre, lista para ser drenada…

Welcome to Europe.

Europe is living a celebration,

Welcome to Europe,

Welcome, welcome, welcome

Entrevista entre amigos: Grego

Ayer nos juntamos para una pequeña toma de contacto con nuestra próxima aventura Grego y yo, quienes, como sabéis, estamos preparando ¿Por qué los vaqueros no sueñan con princesas? El caso es que Grego presenta en Madrid un libro de un amigo suyo haciendo un cuentacuentos y, aprovechando la ocasión, tras un par de cervezas empezamos una brevísima entrevista.

Miguel: ¿Por qué cerveza?

Grego: La cerveza es más barata que el whisky. Pero si tengo que elegir alguna bebida, me quedo con Capitán Morgan… es muy de piratas.

Miguel: Si tuvieses que escoger dos cuentistas y fusionarlos a lo Power Ranger o a lo Bola de Dragón… ¿a quién escogerías?

Grego: A Cortázar y al tipo este de la Rosa de los Vientos que no me acuerdo ahora cómo se llama, pero que me cae muy bien.

Miguel: ¿Y Borges?

Grego: El problema que tengo con Borges es que sus cuentos son largos, no todo se puede contar. A ver, todo puede ser leído, pero no todo puede ser contado.

Miguel: Te hemos visto contar cuentos en la Semana del Cuento de San Nicolás, pero llevas algunos años haciendo el resumen final. ¿Cómo surgió esa vena?

Grego: Hace años, un actor hizo algo parecido. Un ejercicio de improvisación. Lo probé y gustó y, desde entonces, siempre que lo puedo hacer, lo hago. Es fácil sacar cosas cómicas de un cuento tradicional, parece que están pensados para ellos por la cantidad de espacios en blanco que dejan.

Miguel: ¿Y el teatro?

Grego: El teatro llegó a la vez… o antes. En el taller municipal de teatro. Siempre ha existido ese gusanillo… El problema es que no había encontrado un grupo que se adaptase a mí.

Miguel: ¿Qué prefieres contar: cuentos de otros o los tuyos?

Grego:  Los de los demás son mejores… Hay cuentos que se pueden contar, otros no, pero siempre me gusta hacerlos míos. Y los míos me los sé mejor.

Miguel: Un cuentista extranjero…

Grego: Poe

Miguel: El cuento tradicional.

Grego: Los que te cuenta tu abuela.

Miguel: Borges

Grego: Densidad y profundidad.

Miguel: Monterroso.

Grego: Corto y directo.

Miguel: Grimm.

Grego: Hija mía, no salgas a la calle sola.

Miguel: Iwasaki.

Grego: Sueños y tristeza.

Miguel: Presentas un libro, ¿cómo lo vas a hacer a través del cuento?

Grego: Al ser un libro de fantasía épica oscura, tiene muchas leyendas y es fácil de enlazar. Tolkien, por ejemplo, contaba muy bien sus cuentos cortos. Es cierto que El Silmarillion puedes encontrarte con dos páginas de nombres de elfos, vaya… El caso es que no es plan de hacer spoilers… presento el libro.

Miguel: ¿Cuento largo o cuento corto?

Grego: Prefiero contar microcuento. Son cortos, directos e impredecibles.

Miguel: El decálogo del cuentista de Horacio Quiroga

http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/decalogo_del_perfecto_cuentista.htm 

Grego: Es acertado. El escribir es un acto egoísta, hay que obviar al público, no debes escribir lo que quiere el público. El cuentacuentos debe medir al público, ha de existir una retroalimentación.

Miguel: Kipling, Shakespeare, Twain, Wilde… en inglés hay un montón de escritores de frases. ¿Y en español?

Grego: Existen los refranes… Esas frases te las puedes encontrar en una galleta china, va ligado al ser humano… así que Wilde sería un gran tuitero en nuestro días.

Miguel: ¿Alguna frase espectacular para el final?

Grego: ¡Espectacular! (Significado: ¡Seguid vuestros proyectos!)

Se acaban las cervezas y la camarera nos empieza a hablar… tenemos que dejar la entrevista. Salud.

Olmedo (el estreno)

 

Pues sí, ¡por fin llegó el estreno! Como no podía ser de otro modo terminó resultando una extraña mezcla entreOlmedo_1 aventura, estreno y aprendizaje.

El jueves, tras haber dormido bastante mal, me dispuse a marchar a Madrid, con «todas» las cosas preparadas. «Todas» porque siempre se queda algo en el tintero. Ese día, en Madrid, hicimos un ensayo técnico (que cómo no, salió terriblemente mal) y nos dispusimos a dormir.

El viernes empacamos todas las cosas y nos fuimos dirección Cifuentes, en la provincia de Guadalajara, Dani en su coche, porque tenía mercado medieval por la tarde, y yo en el mío, que no tenía tanta prisa. La obra era para los estudiantes del IES Don Juan Manuel, pero antes les teníamos preparados unos talleres de verso donde podrían entrar en contacto con la preparación básica de una obra de teatro clásico: comprensión del texto, análisis de estrofas o la partitura actoral como guías técnicas.

Tras dos horas de talleres y un buen desayuno, nos quedamos sin apenas tiempo de montaje. No importa, show must go on, así que, aunque habíamos dejado alguna cosa manga por hombro (cosas sin recoger o la posibilidad de hacer un oscuro en escena) empezó la función. Reconozco que fue uno de los días que más seguro estaba haciendo lo que hacía… debía tratarse de la intercomunicación con el público que no existió, evidentemente, en los ensayos. Pero quienes deberían hablar de la obra son los espectadores o el director, que para eso yo sólo puedo dar la sensación del actor (que no es la real).

A continuación hicimos con los chavales un coloquio con preguntas… Creo que fue bastante interesante, pese a que había algunas preguntas dirigidas ya que si no existía el coloquio, deberían volver a clase…

Nuestra experiencia fue muy satisfactoria y de hecho entendemos que debemos dirigir esta obra hacia institutos, siempre y cuando podamos hacer también los talleres y los coloquios, que son de sumo interés para los alumnos y para la comprensión de en qué consiste un montaje teatral… cosa que poco a poco fue saliendo en el coloquio, una vez hechas las preguntas de rigor para no ir a clase.

Hasta aquí vendría a ser el resumen en pocas palabras del estreno… pero continua la aventura porque una de las cosas que me dejé sin recoger fueron las llaves de casa y del local. Ya habíamos recogido y cargado todo, comprobamos que el teatro estaba limpio y que no nos dejábamos nada, pero… Resultó que después de comer, de la sobremesa y de pasar la tarde por Cifuentes (merece encarecidamente la pena pasar por este pueblo, aunque no tengáis la suerte de pasarlo con la gente que yo lo pasé), quise echar gasoil al coche para volver a Segovia y sí, ahí me di cuenta de que no tenía las llaves de casa ni del local, así que vacié tres veces el coche buscándolas, no paraba de mirar en los bolsillos por si algún duende tenía pensado poner en un momento las llaves donde no estaban. Nada. Volví al pueblo, pregunté por los sitios donde habíamos estado, el teatro y el instituto ya estaban cerrados. Me quedaba sin un sitio donde pasar la noche, perdido en medio de la Alcarria… o casi. Así que con todos los nervios empecé a intentar localizar a quien me diese refugio. Tamara fue la primera en reaccionar y quien «ostentó el privilegio» de soportarme esa noche (milgracias, milgracias, milgracias). Que sí, que hablamos hasta las mil y me ayudó a tomar decisiones que me pesaban desde hacía un tiempo… pero para ser sinceros no dormí nada bien, me levanté varias veces en la madrugada con la necesidad compulsiva de volver a buscar en los bolsillos…

Al día siguiente decidí volver a Cifuentes. Poco a poco me iban diciendo que habían encontrado mis llaves, que estaban en el teatro. Más gracias a todo el mundo que se estaba preocupando por mí. Llegué, volví a desayunar, escribí un poco, preparé un poco las jornadas para la próxima obra y cuando fue la hora recogí mis llaves. Las había encontrado un estudiante en una silla y pensando que estaban perdidas (muy bien hecho por su parte) las entregó al teatro… así que yo tampoco las pude ver y supuse que estaban conmigo (mal supuesto). Con lo cual, casi veinticuatro horas después y con más sueño que una marmota, llegué a Segovia, contento, feliz, derrengado. Hoy ya lo he dormido todo, pero no puedo seguir durmiendo: se avecina otra obra más rápidamente que los caminantes blancos sobre las tierras salvajes.

Mañana ya empiezo a preparar la próxima.

El vapor de las permanentes

Sweeney Todd, El barbero de Sevilla, Eduardo Manostijeras e incluso la célebre Herta Müller, la célebre nobel de literatura, todos querían ser peluqueros de una manera u otra. El universo de la peluquería siempre ha estado patente de un modo u otro en la literatura y en el arte. Esas navajas de barbero, aquellas sillas giratorias, la crema de afeitar, el olor de la laca y del jabón, los reposacabezas donde un lavado de pelo puede sugerir una escena sensual o la más macabra de las muertes. En las peluquerías podemos situar diálogos de los mafiosos de Chicago, escenas de la filmografía más almodovariana o aquella imagen de Un perro andaluz con la navaja cortando un ojo. En definitiva, hay elementos sensuales, cotilleos, electricidad y objetos afilados… una delicia para cualquier escritor.

En la Sala Off del Teatro Lara tuve la ocasión de ver «Lavar, marcar y enterrar» con unos amigos de Dmonos Producciones. Esta es una de esas comedias ligeras que tanta falta hacen, sin complicaciones escénicas, de diálogo rápido, ácido y fresco y con dos parejas muy diferenciadas. Por un lado tenemos los atracadores, una pareja con la que nos podríamos sentir identificados… hasta cierto punto, y por otro los trabajadores, mucho más… locos… si en esta obra cupiese esa expresión.

Su protagonista, Gabi, es interpretada por Miriam Díaz Aroca, aunque el día en que estuvimos estuvo Carmen Navarro. Pero creo que no descubro nada si señalo que Mario Alberto Díez, el neurótico empleado, hace que nos quedemos con su interpretación. Como asiduo espectador, entiendo que esto se produce por dos razones: el enorme trabajo y dedicación al papel y, por supuesto, la solidez de un equipo y unos compañeros que entienden que el éxito de uno de ellos significa el éxito para la producción. También estaban Rebeca Plaza, a quien hay que empezar a apuntar porque promete despuntar en todo lo que haga, y Alex Larumbe, en sus papeles de pareja de dos eternos aspirantes a Policía Nacional. La obra nos guía por entre un Madrid actual y otro completamente ochentero, tanto en referencias, peinados, formas de hablar… Así el espacio en que se desarrolla se transforma en un personaje más, quizás el personaje más real de toda la obra y con el que nos vinculamos desde el primer instante.

Esta experiencia teatral parece nacer del teatro de cerca, donde podemos respirar a la velocidad de los intérpretes, pero no se olvida de los elementos del teatro más clásico, e incluso del vodevil. A esto se unen los giros cinematográficos del flashback al más puro estilo de Tarantino, con un humor que podría firmar el más loco Almodóvar y una visión del personaje cercano a Tim Burton… y oye, como referencias, a mí me parecen buenas. Quizás lo mejor de la obra sea que no pretende ser otra cosa. Quiere ser fresca, ligera y entretenida… y lo consigue. Algo así dijo Declan Donnellan: La historia no es lo más importante, sino lo que está ocurriendo por debajo.

La señorita Elsa o lo indecente de la decencia

Recibo un mensaje. Me invitan a un pase previo de «La señorita Elsa» en Madrid, y yo ya estoy feliz. El espacio es Sexto Derecha y el espectáculo… ¡Qué decir! ¡Pues para decirlo estoy yo también!

La obra es la adaptación de teatral de novela homónima, La señorita Elsa, de Arthur Schnitzler, que a algunos les sonará más por La Ronda o por la adaptación de David Hare con el nombre de La habitación azul. Éste, Schnitzler, es un escritor austriaco de entre finales del XIX y principios del XX (que si no os acordáis es la época de Unamuno o Pío Baroja en España, pero este es de Austria, claro).

Cuando empieza la función, con Ángela Boix, a uno, de pronto le llega cierto aire de El gran Gatsbi o del Gatopardo, tirando más hacia la Primera que hacia la Segunda Guerra Mundial, e incluso un aire que influirá en la obra de Dürrenmatt. Es ese mundo de balneario, hotel y decadencia de gran parte de la sociedad, en este caso de la austriaca (¿os acordáis del Imperio Austrohúngaro? Pues revisad vuestros libros de historia).

Con todo, en muy poco tiempo me olvidé de tanto nombre que me da un aire de pagado de mí mismo y me dejé arrastrar por la vorágine que supone La señorita Elsa. Hay sólo otras dos obras unipersonales que me hayan impresionado tanto en los últimos años: El lector de Romeo y Julieta y El profesor, así que como supondréis aún estoy digiriendo la información. La grandeza de estas obras es que parecen de pequeño formato, pero tienen la intensidad de las grandes obras; que estás viendo teatro, pero te encuentras con la proximidad de una pantalla grande, aunque sigue siendo teatro; que te esperas una cosa y, de pronto, te encuentras con un cable de acero que tira de tus entrañas hacia delante… lo siento, pero ya estás atrapado y no vas a salir hasta que ellos quieran soltarte.

Podríamos decir que es una tragedia, aunque entra más en mi perspectiva del drama; puede haber espectadores que señalen el esfuerzo de composición y cambio de personajes, yo me quedo con la potencia de los silencios y su significatividad; otros hablarán de la versatilidad de la actriz, pero no me quiero quedar simplemente en ese viaje homérico hacia los infiernos, sino al fascinante cambio ¡completamente lógico y magistral! que hace saltando de la niña a la femme fatale, de la locura a la angustia vital.

Pocas veces se consigue esa delicada fusión entre dirección e interpretación…pero la magia de los caminos que convergen es que se da. Así José Luis Sáiz consigue atrapar, con su dirección, el tempo, la armonía modernista de la obra e incluso dotar de una significación actual a un texto cuya temática podríamos suponer como ya superada.

La comunicación es completa, redonda; esto precisamente es lo que sumerge al espectador en el mundo de Elsa, en su toma de decisiones y, aunque no estemos de acuerdo con ella muchas veces, entendemos su sentido. A todo esto se suma la fuerza única del autor: el texto combina el lenguaje natural y mimético con el más alto sentido literario y la brutalidad naturalista que se podría acercar al feísmo…e insisto que es un ambiente tan decadente, alejado de la bohemia, en el que podría haber sido mucho más natural, pero no… esta obra, el texto, se circunscribe en el sector de la burguesía para mostrar las miserias humanas que nos rodean a todos, independientemente de nuestra condición social. Precisamente ahí está el enlace con nuestra actualidad, con nuestro olvido. No es el tema general, sino el tema profundo, la denuncia que se encierra detrás de todo ello y que hace que Elsa se aleje de la Madame Bovary decimonónica para inscribirse con un nombre capital: La Señorita Elsa, que recuerda ese pasado, pero que se inscribe en el futuro… en un futuro abocado a la autofagotización.

El dos de octubre arranca la temporada. ¡Larga vida a La señorita Elsa!image001

Días de parque

Abro el armario y regateando prendas imposibles escojo un estilo casi proletario. Como si fuese un actor, decido, poco a poco, cómo va a ser el personaje que tengo que interpretar. Evidentemente no puede ser nada que llame excesivamente la atención; necesito pasar desapercibido y, al mismo tiempo, darme la capacidad de entrar en bares, poder preguntar y que me tomen en serio. Doy gracias por haberme dejado esta barba que empieza a ser salvaje. Decido no arreglarla y salgo con unos viejos pantalones raídos, camiseta neutra y una sudadera con capucha. Cómodo por si algo sale mal y tengo que salir corriendo.

El primer día decido pasear un poco por el barrio, dejarme ver y que se acostumbren a mí. Aparco en una pequeña explanada y durante ese día decido que lo mejor que puedo hacer es visitar locales y bares. Paso por un estanco donde compro el As; me tomo un café cerca del parque donde supuestamente se ofrecen las chicas y descubro que el café es sorprendentemente bueno, que el jefe huele demasiado a whisky para lo temprano que es, y que, casualidades de la vida, la camarera está más buena que la de la contraportada de mi periódico. Analizo el local. Me siento cómodo, así que sopeso la posibilidad de tomarlo como mi cuartel general. Decido que tendré que modificar ligeramente mi pronunciación, nada complicado, sólo hacerla más rural y presentarme como alguien que anda buscando trabajo… que en estos tiempos es lo más normal. Salgo del bar diciendo un “hasta mañana” y me pongo a comer un bocadillo sentado en un banco del parque. Justo ahora me acabo de dar cuenta de que también tendría que haber comprado un par de periódicos más serios, por eso de simular que estoy buscando trabajo… Aún no hay mucha vida por el parque pese a que los institutos ya han dado la salida. Supongo que sigue existiendo esa costumbre tan hispánica de la siesta en la gente que no tiene que trabajar. Me desespero un poco hasta que caigo en la cuenta de que mi actividad de hoy no es ver, sino dejarme ver. Miro la hora, tengo que volver a casa a dar mis clases, que no sólo de pasear vive el hombre.

Como el ayer tuve que marcharme pronto, decido cambiar un poco los horarios de mis alumnos, de forma un tanto extraña y arguyendo necesidades personales: que si esta semana me habían salido una serie de compromisos ineludibles, que si tenía que atender otros temas de urgencia y un parloteo ininteligible que perseguía abrumar más que convencer y hacer que desistiesen por cansancio antes que por raciocinio. Sin embargo, ese mare magnum me servía para cambiar mis horarios de paseo por el parque y que los paisanos se convenciesen de mi interés en la búsqueda de empleo y vivienda por la zona.

Es asombroso cómo ya la cuarta vez que entras en un bar puedes llegar a ser considerado como un habitual. La charla entre los parroquianos, que al principio me miraban hoscos y distantes, poco a poco se fue tornando más abierta y relajada. A veces estaba sólo Paco, el dueño, otras Marta, su sobrina, y otras los dos, aunque creo que sus horarios se debían más al capricho del jefe o a su estado etílico.

Paco al poco tiempo me trató como si fuese un conocido de toda la vida, con tanta familiaridad que me resultaba un tanto avasalladora, pero se notaba que era así con todo el mundo. No quiero decir que fuese un tipo falso que buscase el beneficio de su local, sino que era su forma de ser, simplemente. Marta, sin embargo, era más reservada y me miraba siempre con una enigmática y profunda mirada, como si quisiese desenterrar algo que llevase dentro de mí.

―¡Pablo! ¿Qué va a ser hoy, otro café con leche? ―preguntó según entraba yo por la puerta.

―Sí, por favor. ¿Tienes el periódico? ―pregunté a su vez.

―¿De qué tipo? ―preguntó mientras me lanzaba el As desde el otro lado de la barra.

―No, joder, Paco, la prensa local… que tengo que ver si ha salido algo… ―dije a voz en grito para que me escuchase toda la concurrencia.

Y ahí seguía yo, mirando fijamente un periódico abierto por la sección de oportunidades, que, casualidades de la vida está tan cerca de la de contactos. Sin saber muy bien cómo empecé a pensar en el número de Avogadro y en lo sencillo que me resulta entenderlo a mí y lo complicado que les resultaba a mis alumnos… ¿Y esto para qué sirve en la vida cotidiana? Para establecer, por ejemplo, conversiones entre el gramo y la unidad de masa atómica… pero, la camarera, esto, ¿para qué lo necesita saber? No se trataba de utilitarismo, no… sino del desarrollo de un pensamiento abstracto, científico y experimental. Si a un italiano que en principio se especializó en derecho canónico había sido capaz de dar un cambio tan radical a su vida y de forma tan brillante, ¿por qué Mónica no sería capaz de hacerlo también?

Marta se acercó a traerme el segundo café del día y miró las páginas sobre las que había estado ensimismado. Sin darme cuenta la había llenado con el célebre: N = 6´022 x 10²³. Me miró muy detenidamente, con una de esas miradas en las que es mejor no preguntarse qué estará pensando, porque no podría ser nada bueno. No pareció respirar siquiera cuando ya estaba volviendo al otro lado de la barra. Yo volví a mi periódico, al eterno latido del que se quiere centrar, pero esta vez puse más atención a las conversaciones que se desarrollaban.

―Es una maldita vergüenza…

―Joder, si es que son unas crías. No entiendo por qué la policía no hace nada.

―¿Y qué quieres que haga, eh, Paco? ―dijo irónicamente Solisombraalasonce.

―No me jodas, no me jodas…

―Quienes debieran ocuparse de ellas son sus padres ―insistió Solisombraalasonce― pero parecen que se han olvidado de ellas. Mira, si mi hija…

Paró súbitamente en cuanto puso los ojos en Marta. Aunque acostumbraba a comérsela con los ojos y a relamerse turbiamente, aquí teníamos otro caso de un hipócrita. Para Solisombraalasonce todas eran putas, por culpa de sus padres o por el libertinaje de la época, y le gustaba vocearlo. Pero cuando una mujer como Marta lo miraba, bajaba avergonzado la miraba y rumiaba algo por lo bajo. Quizás simplemente fuese un fantasma, un pobre hombre deshecho por la inquinidad de alguna mujer o tal vez un machista de rancio abolengo y de historia antigua en esta España, en ambos casos, provocaba más a la lástima que al odio… pero la lástima llega cuando no se pretende provocar.

Me estiré en mi silla, cerré el periódico, no sin antes haber apuntado algunos teléfonos al azar. Me levanté, busqué unas monedas para pagar los cafés y salí a la calle. El parque empezaba a mostrar algo de vida: madres paseando, algunos cochecitos y otros niños entre tres y cinco años jugaban a esa primera hora de la tarde; algunos grupos de estudiantes se reunían a estudiar o simplemente a crear esos incipientes romances de primavera. “¡Estudiad, malditos, estudiad!” repetía la voz de todos mis profesores y mi padres en mi cabeza y, esto era extraño, por esta vez mi voz no se unía a todas las suyas. Más al fondo, retiradas de todo aquel ajetreo, algunas chicas se dejaban ver; demasiado separadas como para parecer compañeras, muy similares como para no ver qué estaban intentando; la mayoría con la cabeza agachada, como si temiesen mirar a la gente a la cara, otras, las menos, ya con una considerable desvergüenza que podría achacarse a su juventud o a su condición… o a ambas cosas.

Me quedé un rato en la zona de madres y niños, hojeando El Alquimista y entreteniéndome en los problemas que tenía el sector del mercurio, imaginando qué haría yo si no me hubiese dedicado a la docencia. Evidentemente, y por gilipollas, sería detective… o también podría dedicarme a un huerto y vivir del autoconsumo y el trueque.

De pronto un escalofrío me recorrió la espalda. Allí se encontraba Mónica. No esperaba reconocerla. No sé por qué, pero no lo esperaba al igual que no esperas tener la bolsa de la basura rota y rezumando. Sabes que puede pasar, pero no lo esperas. Me levanté del banco y guardé mi revista entre un par de periódicos. Disimuladamente me fui acercando hacia las muchachas para cerciorarme bien.

Algunos hombres ya se habían acercado por ahí. No sabría decir a qué se dedicarían y prefería no imaginarlo, podrían ser padres de familia o estudiantes universitarios, ese no era ahora mi problema. Necesitaba localizar al proxeneta, aunque ahí me era bastante complicado. No quería parecer nervioso, no quería mirar en exceso, no quería no mirar y el corazón no dejaba de latirme como un caballo galopando por una pradera. Intenté poner mi mejor cara de póquer y miré directamente a Mónica con el absurdo miedo de que me pudiese reconocer.

―¿Reconocer de qué? Para eso me tendría que conocer primero, idiota ―me recordó un poco tarde mi conciencia.

Pero Mónica estaba hablando con un hombre de unos cincuenta y dos años cuando otro más joven se acercó y tanto Mónica como el mayor desaparecieron. Afortunadamente no había dejado de fumar como le insinué al matón del bar, así que eché mano a mi cajetilla. ¡Lucki! Sonreí sardónicamente mientras intentaba encenderlo, en parte por calmar los nervios, en parte por fijarme más en aquel individuo que, evidentemente era o al menos lo parecía, la cabeza pensante.

El tipo, sin ser yo un buen fisonomista, frisaría los cuarenta y dos años. Algunas canas le pintaban la sien y nada en él parecería indicar su profesión salvo por el hecho de que era obvio. Era un hombre atractivo. De esos que saben que gustan a las mujeres y de esos que utilizan su atractivo para gracia o desgracia de las mujeres. Algo más bajo que yo, vestía con normalidad, aunque me sorprendieran las botas duras de invierno, aunque la primavera ya había entrado, las conservaba como una distinción… o por parecer más alto. En cualquier caso no podía seguir ahí más tiempo sin parecer idiota o sin interesarme por alguna chica.

―¡Roberto, hay problemas en la casa! ―le dijo de pronto un tipo sobre el que no había reparado. El hombre no perdió un instante y se fue.

Roberto, se llama Roberto. Di una calada profunda al cigarrillo y me volví, sopesando a algunas chicas, ya más tranquilo.

Verano de 2015

Este año no he tenido vacaciones en verano… Obligaciones, trabajo, oposición y otros compromisos me han llenado los días… Pese a todo y a pesar de no tener fotos de mi paso por León, aquí os dejo un resumen de mi verano desde principios de julio en fotos, que probablemente estén desordenadas, pero… a quién le interesa el orden si lo grande está en deshacer el puzzle.

  • Salida fugaz a ver una obra de teatro y acabar pasándolo genial con amigos y desconocidos.
  • Ir de concierto pequeño y pasarlo como un enano con Teresa.
  • Que después de la oposición mis amigos me saquen a celebrar que la he pifiado.
  • Ver a César y que todo vuelva a ser muy divertido.
  • Concierto de Fito y no parar de reír porque dos chicas hablan cuando él canta y callan cuando él calla.
  • Cuentacuentos con Grego.
  • Teatro con mis chicos…
  • …en el castillo de Coca.
  • Conocer la terraza de Lunita…
  • …y sentir que me tratan como familia.
  • Recuperar y cobrar viejas apuestas de las que sólo quedan los cadáveres.
  • Y que es mi cumpleaños.
  • Y más cuentacuentos hasta quedar reventados.
  • Salir un día de tranquilo y encontrarte con amigos y pararte en cada esquina.
  • La boda de Esther y Javi formato merendero (qué gran merendero)
  • No podía faltar que faltásemos a la cita y no digamos o cantemos una palabras.
  • Ni la resaca del día siguiente…Que fue continuación de la boda.
  • Dos semanas después navego entre primos y me luxo el dedo.
  • Pero al día siguiente ahí estoy, ayudando al primo a preparar su boda.
  • Otra vez tengo que salir a decir unas palabras esta vez completamente improvisadas.
  • No puede faltar la foto con mi hermano y se me hincha el pecho.

Sí son sólo unas pocas fotografías, es un puzzle que hay que recomponer, sólo una muestra de todo lo que fue un verano y donde se quedan numerosas aventuras en la maleta dignas de ser contadas. Faltan vermús toreros, Sepúlveda, más Cuenca, amigos, libros, reuniones, ensayos y tener la sensación de llegar por los pelos a todos lados. Faltan frustraciones, cagadas, sueños, alguna lágrima vertida, lástima de no poder hacer todo lo que quieres, nombres nuevos y otros viejos…

Muchas gracias por este verano que no fue de vacaciones, seguramente sin vosotros no habría llegado a ser lo mismo.

Aquí os dejo MI PUZZLE.

 

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El placer del desayuno continental

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…” (Cortázar, Rayuela)

“Dame una razón y me tienes ahí en un rato”. Una sencilla frase para toda una conquista: que quite mis ojos del libro que estoy leyendo y haga que me ponga en marcha. Dani, sin embargo, es muy inteligente, así que saca una bonita foto de dos entradas de teatro y veinte minutos después ya estaba yendo a Madrid; la obra: Amores minúsculos. Quizás ya se hayan escrito ríos de tinta de esta obra que se representa en la Sala Off del Teatro Lara, pero como la comunión entre obra y espectador siempre es única, me centraré en mi propia experiencia (teñida de alguna conversación que luego tuve el placer de disfrutar con algunos de sus intérpretes).

Llegar a la sala, dejar que te inunde el ambiente, ver cómo tan solo unos palés en el suelo y unos cojines multifuncionales van delimitando distintos espacios, imbuirse con la acertadísima coordinación entre sonido, luz y acción, y, cómo no, abandonarse a la interpretación de este grupo de actores que han puesto vida a lo que anteriormente (y si no me equivoco) era un cómic.

“Y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar”

Todos conocemos el fragmento de Julio Cortázar al que me refiero y todos, absolutamente todos conocemos ese sentimiento. Amores mínúsculos nos traslada a esos espacios en los que todos nos encontramos, ya sean situaciones más dramáticas o más cómicas. Por eso mismo no nos sentimos identificados con uno sólo de los personajes, sino con cada uno de ellos.

Sabemos lo que se siente al mirar y ver un imposible, a ser el estúpido que todo lo destroza e incluso el que se lleva un desengaño, quién no ha sido el misterioso de una relación, el que se obsesiona con alguien o quien no quiere darse cuenta de los caminos que su instinto le recomienda. De aquí que el vestuario, pantalón vaquero y camiseta negra, no quieran servir de elemento portador de significado. Los personajes se transforman en sombras de cada uno de los espectadores, nos revelan nuestra identidad en el reflejo difuminado de nuestras vidas. Así no nos sorprende que haya tanto monólogo frente al público, porque ya no se tratan de personajes al uso, sino de nuestros alter-ego que se sitúan al otro lado del espejo para recordarnos qué somos, qué hacemos, qué sentimos.

“por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca”

Y es cierto que la obra, desde mi perspectiva tiene fallos: empezaron un tanto tensos y esto se contagió a la voz y hay movimientos sin ningún sentido. Por otro lado yo cambiaría tanto el principio (demasiada profundidad para ninguna significación) como el final (aquí callo mis motivos). Pero más tarde te hablan de la dificultad de llevar una obra como esta a escena, sin apenas indicaciones de dirección y no puedes, por menos, que comprender qué está ocurriendo… y es que yo, sin esos apuntes, necesarios, no sería capaz de hacer lo que hace este elenco y estoy deseando volver a verla, porque sé que me falta por ver a otros actores que integran todo el plantel.

Comprobar como cada detalle tiene su sentido, como cada personalidad es única, siempre diferente y siempre la misma, nos conduce no sólo al placer estético, sino emocional. Así en esta obra, los aciertos superan a los errores. El público se va satisfecho de la obra, porque sí, es una comedia y te deja con ganas de salir después y tomarte unas cervezas en buena compañía…pero si escarbas un poco más llegas a comprender el trasunto del autor, algo tan simple y complicado como un “Carpe diem” de verdad. Aprovecha el momento, no porque la juventud se vaya, no porque el amor pueda ser esquivo, no por eso no, sino porque cada día merece ser vivido con especial intensidad, desde el mismo momento de levantarse, como si esperásemos que esa mañana nos vamos a reconciliar con la vida desde el momento en que olamos el aroma a café de nuestro desayuno continental y seguramente porque esa instantánea muerte es bella.

Facebook no lo sabe

Facebook no lo sabe, por eso no me lo recordará dentro de unos días, pero hace ya ocho años que dejé de fumar. Muchas veces se me olvida el tiempo que llevo sin fumar, sin embargo siempre recuerdo que fue en mayo. Este recuerdo no es casual, ya que mi pareja de por aquel entonces me decía: «Cuando se acerca mayo siempre dices que vas a dejar de fumar y nunca lo haces». Y siempre que me decía esto, ella, se encendía un cigarrillo. Así que una tarde de ese mes de las flores, después de decirme esto, yo, en silencio, tomé la decisión de dejarlo. Me acabé en aquel bar mi último paquete (sí, por aquel entonces aún se podía fumar en los bares) y aún recuerdo, tal si fuera un observador, cómo el cartón vacío y arrugado salía de mi mano lanzado dirección de la papelera (tres puntos, colega). En el siguiente mes tenía un par de bodas y el estreno de una obra de teatro, pero si quieres excusas siempre las vas a encontrar…

Perdón, no quería que esta fuera la historia de un exfumador. Podría parecer que soy como uno de los alcohólicos anónimos que tiene que contar su vivencia en cada reunión. Nada más lejos. Mi intención estriba en el hecho importante de que aquella decisión abrió para mí una puerta a un mundo en el que aún no me termino de sentir cómodo. Aquella decisión fue la de quitarme de aquello que me hacía daño, de lo que era perjudicial para mí. Siempre digo, medio en broma medio en veras, que después del tabaco me quité de la novia (no es que fuese mala, sino que no éramos buenos para nosotros).

Desde hace ocho años hasta hoy, objetiva y pragmáticamente he conseguido pocas cosas… casi nada. Sin embargo he aprendido. He aprendido mucho de los demás y, más importante, de mí mismo. Ahora sé que la verdad es una prostituta que cambia de boca en boca intentando contentar a todos, que la gente vive bien en su círculo, pero son geniales cuando les sacas de él. Intuyo que pretendo ser profesor, pero que realmente enseño cuando soy simplemente yo, sin tapujos y en mi plena ignorancia. He aprendido que puedo ser un gilipollas sin parangón y que soy capaz de hacer daño (incluso cuando intento evitarlo) e incluso que, muchas veces, el disculparse no vale de nada aun cuando sabes que el daño te lo han hecho a ti. Pero también he conseguido ver que soy capaz de hacer nuevas amistades y que las antiguas aún me quieran (que nunca estaré seguro de por qué la gente me quiere, eso también es cierto), que aprendo a reír todos los días porque todos los días también toca sufrir un poco, y lo más importante… que por gracia y por desgracia mi vida está en el sueño, en el cuento, en los nuevos y viejos mundos de los que no se vive. Pero esto Facebook no lo sabe.

Trata de arrancarlo, Carlos…

Seleccionar lo que uno quiere contar siempre entraña alguna complicación, qué historia has de contar, desde qué perspectiva y demás zarandajas que de vez en cuando me atormentan. Esta no es una de esas historias.

Como ocurre con más frecuencia de lo que parece, esta historia empieza en Cuenca. Ya sabéis que como estoy haciendo un curso de monitores de teatro, tengo que pasar no menos de dos fines de semana al mes en una tierra que me encanta. Pues bien, el viernes pasado fui y tocó salir un rato por la noche (como mandan los cánones), poco, que a la mañana siguiente tocaba currar y, además, venía Lunita. El sábado empezó bastante bien, trabajo físico por la mañana, «Bodas de sangre» por la tarde y por la noche quedé con Lunita y con Andrea donde la catedral, así que cuando acabé el curso subí en coche hasta la plaza. Allí estuvimos tomando una cerveza, las acerqué al castillo y pensábamos salir por la noche, así que pensamos en volver a casa… y digo pensamos porque a duras penas llegamos. Nada más bajar de la plaza el coche empieza a hacer un ruido extraño y se queda parado… Toca llamar a la grúa, mientras Miguel (es decir yo) da gracias por que esto ha pasado en una calle de una ciudad y no al día siguiente en mitad de la A3. Así me veis intentando poner las luces, mirar qué ha podido pasar y llamando al seguro, cuando el más borracho y simpático de los mortales llega a mi vera y me dice que es mecánico. Tambaleándose intenta mirar algo (este estaba más pez que yo en el mundo de la mecánica) y me cuenta que puede llamar a un primo suyo que me lo arregla en nada de tiempo, como muy tarde para mañana, que me va a cobrar entre poco y nada y que si quiero me deja hasta un coche, que para eso soy su amigo. En todo esto Lunita y Andrea han bajado y hasta han conseguido poner el triángulo de aviso (que a veces puede ser más complicado de lo que parece) y llueve, llueve bastante y ambas miran desconfiadamente a mi «nuevo amigo» que se precia de ser un «gitano bien» que tiene que ir ahora a casa de su primo a por una cosa que no viene al cuento. Parece que ha encontrado la solución y dice que es algo que vibra del motor… no quiero decirle que esa es la típica holgura que tiene que tener la tapa del motor para cerrar bien, pero a la orden que me da de arrancar el coche yo lo hago, con la misma confianza que Carlos tenía cuando su copiloto Luis hizo célebre el ya clásico «Trata de arrancarlo, Carlos, trata de arrancarlo». En un momento se mosquea (con el mosqueo típico de los borrachos) porque no le hago caso, aquí tenía cierta parte de razón, pero lo siento, tenía que conseguir un taller de confianza donde dejar el coche, así que me dedico a llamar a toda mi familia de Cuenca (que no es poca y yo también tengo un buen racimo de primos). Como el muchacho ha estado toqueteando libremente la mierda del motor, Andrea, muy amablemente, le acerca un pañuelo de papel, y el chaval, agradecido, pero sin salir de su ebriedad decide sonarse los mocos ante la mirada cada vez más abierta y desmesurada de Andrea y Lunita. Pero bueno, que le corre prisa lo de su primo y se va.

Estábamos comentando la jugada cuando una furgoneta se para detrás de mi coche, con lo que yo, ni corto ni perezoso, voy a interesarme. En esta ocasión se trataba de un padre de familia, yo diría que búlgaro o rumano por el acento, quien se ofrecía a arreglarme el coche al día siguiente para que no tuviese que esperar a la grúa, y que me iba a hacer una más que buena oferta. Y ahí estaba yo debatiendo conmigo mismo los motivos por los que atraigo a tanta gente cuando tengo un apuro… será por mi delicado aspecto de damisela decimonónica en problemas. El caso es que cuando ya se iba y  mientras yo me reunía nuevamente con mis amigas, para nuevamente a mi lado para darme su teléfono y decirme su nombre: Pita. Claro, Lunita no lo entendió bien y empezó a decir que para qué quería que pitásemos, que si no se daba cuenta de que estábamos fuera del coche; pero es que también pensaba que era el primo del anterior, aunque no… Este vino a continuación, cuando ya pensábamos que sólo faltaba por venir la grúa. Me he explicado mal, no vino el primo, sino el anterior, nuestro amigo borracho, que ahora no sólo parecía borracho sino también fumado, mientras llovía a cántaros y él permanecía impasible ante semejante diluvio. Esta vez nos costó menos excusarnos con él, y apenas estuvo con nosotros otro cuarto de hora.

Pero faltaba por llegar el de la grúa, que quizás tuviese la peor pinta que nos podíamos esperar. No diremos el nombre de la compañía porque no me pagan (inserte su publicidad aquí). El caso es que por fin llegó y ya pude decirle que llevase el coche al taller de Lozano, un amigo de mi primo Iván quien en un primer momento no caía en ningún taller. Lozano ya me advirtió que por lo que le había comentado podía tratarse de embrague y que me iba a salir por un pequeño ojo de la cara. A todo esto, fuimos a cenar a casa de Andrea, pero como yo estaba solucionando cómo volveríamos Lunita y yo al día siguiente, hablando con padres de los distintos niveles de aceite, agua, valvulina… ni me enteré casi de cómo se llegaba. Cena y peli en un día agotador, pero rodeado de la mejor compañía posible. Eso al menos es algo que tengo que agradecer, el apoyo de tener gente que se moje contigo cuando llueve y los niveles de surrealismo han superado todos los límites imaginables.

Quién me iba a decir a mí que mi llegada a Segovia me recibiría con una señora nevada el día que tengo que ir más lejos a dar clase… y yo sin coche. Sin embargo, el dolor no vino por ese lado, sino por la llamada de Lozano que me traía malas noticias… la avería no sólo era de embrague, sino también de caja de cambios. Y así estoy yo ahora ultimando los detalles de cómo volver a Cuenca a por mi coche, pero agradecido de que la compañía de seguros se encargue de llevarme. Ya os seguiré contando, aunque probablemente sea otro tema.