Bebiendo en Maravillas

Siempre que veo un mensaje de Dany se me ilumina la cara. Supone una nueva aventura y todo lo que ello conlleva. Con lo cual, el jueves, cerca de las dos de la mañana cuando veo que tengo un mensaje suyo para animarme a hacer un recital conjunto al día siguiente no pude hacer otra cosa que decir: «Pues claro».

Así que ayer estuvimos como invitados en el aniversario del club de lectura «Maravillas», donde iba a recitar algunos de mis poemas. No sé cómo explicarlo, pero hay tantas elecciones que debes hacer en un recital que uno nunca sabe si se llega a dar con la tecla correcta. A tal estado llega mi indecisión que no es sino en el último momento cuando decido cuáles serán los poemas que tienen que estar presentes. el resto es la confianza en la improvisación y en qué diablos haré para irlos uniendo: si cada uno tiene que ser portador de una historia, si acaso debo explicar su proceso de creación, o tal vez debería crearme un personaje como ese maravilloso Oyetu Miramipito, o incluso si estaría bien darme de lado y a través de un cuento irlos insertando. También sé que podría ser más aséptico y que el poema se defienda por si mismo (aunque esta última opción me parece más fría).

Creo que muchas de estas decisiones no se toman de un modo consciente, sino que te llegan y las perpetras y luego ya, si eso, rezas por que tengan algún sentido y que exista, de un modo u otro, un balanceo que genere clímax y anticlímax, tensiones y destensiones y, a ser posible, ser capaces de entretener, divertir y , si lo hacemos bien, hasta conmover.

Como me siento que he vuelto a ser escueto en mis aventurillas, os dejo aquí un poemita de los que ayer descarté… y que creo que es, de momento, inédito en mis recitales, aunque tenga ya años, por respeto a Irina.

Irina era un ser fantástico. Tan pronto te desarmaba con una sonrisa como te paralizaba con una de esas miradas que escudriñan dentro de tu ser. Recuerdo una noche…una noche de esas en las que no duermes y en las que algunas mujeres creen que estás pensando en algo que para nada tiene que ver con ellas. Irina alzó un poco la cabeza y mirándome en un escorzo por encima del hombro dijo: «En mi cama no se piensa».

«En mi cama no se piensa…»

tuya la cama, tuya la ley

y yo… atado

a tu colchón sin sábanas

y a tu piel en mis manos.

 

No se piensa…

tan solo el impulso

y mi sudor por tus piernas

o tal vez…

no, no se piensa.

 

Busco el rincón que decidí mío

en tu cadera,

en tus huesos, en voz

dormida de niña pequeña…

y juegas con mi locura,

con mis labios, con ternura.

 

Y me dices que ya se durmió tu miedo

y temo, por temer

que al llegar la mañana

desaparezca tu olor de mi piel.

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