Enero de 2014, es extraño, pero no hay frío en la calle.
Quizás no sepas quién soy, sería lo más lógico; pero tampoco sé yo cómo eres tú por dentro, detrás de esa fachada de chica distante. Sin embargo algo me impulsa a escribirte hoy y a decir lo que tanto tiempo llevo pensando y que nunca me he atrevido.
Es un tanto difícil excusar este comportamiento, lo sé. Esconderme detrás de una carta y sentir que no hago otra cosa más que acechar el movimiento de tus manos, o imaginar tus mismos ojos en el momento en que leas esta carta. ¿Sentirán enojo, inquietud, deseo, tal vez pena? Espero que no sea pena, todo menos lástima. De todos modos tengo que poner más corazón en juego y decirte que… que me he enamorado de ti como un tonto, como un niño pequeño de su madre, como un beso se enamora y espera al que le sigue.
Dicen que el amor es cosa de locos. Lo creo: veo cosas que otros no ven, siento lo que otros no son capaces y me deleito en ello. No puedo dejar de recordar el primer día en que te vi, y ya me dije que estabas como una regadera, sentada en la parada del autobús, hablando con niños, con mayores, con todos, siempre riendo por nada y abrazando el aire. Otras veces, las menos, te veía con el ceño fruncido, metida la nariz entre páginas de cualquier libro que estuviese en los escaparates de las librerías. Y yo, serio, avergonzado, encantado y consternado miraba tus rizos al aire, tus paseos constantes, ese ir y venir de la risa al agotamiento. Eres una montaña rusa de expresiones, de sentimientos, de dejar con la boca abierta, pero ahora que recuerdo, como a un idiota, se me asoma esa sonrisa que me viene en tu presencia y me hace parecer un bobo sin sentido.
Te miro, y procuro hacerlo más cuando estás enfrascada con alguna cosa, mientras subes alegre al autobús y le das los buenos días al conductor, quien no sabe si contestar o hacerse el despistado o mientras te sientas en cualquier sitio y ves transeúntes, señales de tráfico, hojas de otoño.
No sé tu nombre, y a veces me invento tu vida. ¿En qué trabajarás? ¿Tendrás novio, marido, tal vez un poema colgando en una percha del armario? Pero aunque no sepa casi nada de ti, ya sé mucho. Sé cómo suena tu risa, la de verdad y la fingida. Conozco cómo dejas el marcapáginas, con delicadeza, entre las frases de cualquier libro, y hasta deduzco que subrayas de vez en cuando alguna frase o alguna palabra sobre la que retornarás en el trabajo o en casa. ¿Tu trabajo? Te imagino de cara al público, no sé por qué pero me gusta imaginarte moviéndote entre zapatos de señora, o con tus zapatos altos entre calzado de caballero, como si todos esos pares se girasen siguiéndote a medida que pasas por entre los estantes.
Deberías olvidar todo lo que te digo. Es muy tonto, pero es como lo siento, y aunque no quisiera que te sientas ofendida, me encantaría que mañana, si te ha gustado esta carta, dejes pasar el autobús y vengas, por primera vez conmigo y espero que no la última, a desayunar y que lleguemos los dos tarde al trabajo. Por una vez, por esta vez valdrá la pena.
Tuyo, secreto hasta mañana
Yo.