“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…” (Cortázar, Rayuela)
“Dame una razón y me tienes ahí en un rato”. Una sencilla frase para toda una conquista: que quite mis ojos del libro que estoy leyendo y haga que me ponga en marcha. Dani, sin embargo, es muy inteligente, así que saca una bonita foto de dos entradas de teatro y veinte minutos después ya estaba yendo a Madrid; la obra: Amores minúsculos. Quizás ya se hayan escrito ríos de tinta de esta obra que se representa en la Sala Off del Teatro Lara, pero como la comunión entre obra y espectador siempre es única, me centraré en mi propia experiencia (teñida de alguna conversación que luego tuve el placer de disfrutar con algunos de sus intérpretes).
Llegar a la sala, dejar que te inunde el ambiente, ver cómo tan solo unos palés en el suelo y unos cojines multifuncionales van delimitando distintos espacios, imbuirse con la acertadísima coordinación entre sonido, luz y acción, y, cómo no, abandonarse a la interpretación de este grupo de actores que han puesto vida a lo que anteriormente (y si no me equivoco) era un cómic.
“Y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar”
Todos conocemos el fragmento de Julio Cortázar al que me refiero y todos, absolutamente todos conocemos ese sentimiento. Amores mínúsculos nos traslada a esos espacios en los que todos nos encontramos, ya sean situaciones más dramáticas o más cómicas. Por eso mismo no nos sentimos identificados con uno sólo de los personajes, sino con cada uno de ellos.
Sabemos lo que se siente al mirar y ver un imposible, a ser el estúpido que todo lo destroza e incluso el que se lleva un desengaño, quién no ha sido el misterioso de una relación, el que se obsesiona con alguien o quien no quiere darse cuenta de los caminos que su instinto le recomienda. De aquí que el vestuario, pantalón vaquero y camiseta negra, no quieran servir de elemento portador de significado. Los personajes se transforman en sombras de cada uno de los espectadores, nos revelan nuestra identidad en el reflejo difuminado de nuestras vidas. Así no nos sorprende que haya tanto monólogo frente al público, porque ya no se tratan de personajes al uso, sino de nuestros alter-ego que se sitúan al otro lado del espejo para recordarnos qué somos, qué hacemos, qué sentimos.
“por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca”
Y es cierto que la obra, desde mi perspectiva tiene fallos: empezaron un tanto tensos y esto se contagió a la voz y hay movimientos sin ningún sentido. Por otro lado yo cambiaría tanto el principio (demasiada profundidad para ninguna significación) como el final (aquí callo mis motivos). Pero más tarde te hablan de la dificultad de llevar una obra como esta a escena, sin apenas indicaciones de dirección y no puedes, por menos, que comprender qué está ocurriendo… y es que yo, sin esos apuntes, necesarios, no sería capaz de hacer lo que hace este elenco y estoy deseando volver a verla, porque sé que me falta por ver a otros actores que integran todo el plantel.
Comprobar como cada detalle tiene su sentido, como cada personalidad es única, siempre diferente y siempre la misma, nos conduce no sólo al placer estético, sino emocional. Así en esta obra, los aciertos superan a los errores. El público se va satisfecho de la obra, porque sí, es una comedia y te deja con ganas de salir después y tomarte unas cervezas en buena compañía…pero si escarbas un poco más llegas a comprender el trasunto del autor, algo tan simple y complicado como un “Carpe diem” de verdad. Aprovecha el momento, no porque la juventud se vaya, no porque el amor pueda ser esquivo, no por eso no, sino porque cada día merece ser vivido con especial intensidad, desde el mismo momento de levantarse, como si esperásemos que esa mañana nos vamos a reconciliar con la vida desde el momento en que olamos el aroma a café de nuestro desayuno continental y seguramente porque esa instantánea muerte es bella.